¡Qué precavido fui, al emprender la marcha,
guardando mis nimieces, bajo seguras trancas,
y aquello que yo uso, quede sin ser usado
por manos infidentes, en custodias seguras!
Pero tú, que no tienes, comparación con joyas,
mi más válido alivio y hoy mi mayor dolor.
Tú, lo mejor que quiero, mi único cuidado,
has quedado a merced del más vulgar artero.
A ti no te he encerrado por gusto en ningún cofre,
menos donde no estás, aunque yo bien te sienta,
allí en mi corazón, que es el claustro más tierno,
donde a tu gusto puedes, ir por donde tú quieras.
Y me temo, también, te rapten de ese punto,
ya que la lealtad, hurta las ricas presas.
Londres - 1609
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